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Mostrando entradas de octubre, 2024

El viejo de la plaza

Con frecuencia, sobre todo cuando comienza a ponerse el sol, recuerdo el consejo de un hombre del barrio, un señor al que le gustaba que le digan gran abuelo ( 大爷 ) o viejo abuelo ( 老爷爷 ), según la traducción literal que hago. Alguien mucho más adelantado que yo en la carrera de la vida, aunque capaz de ejercitarse por más tiempo, con una lucidez mental muy superior a la mía y una verborragia y acento propios de los pekineses (así aprendí chino, a las cachetadas que sabe dar la calle). Una tarde como tantas otras, coincidimos en la placita comunal. Este chino octogenario intentaba en vano enseñarme a tocar el erhu (un instrumento de cuerda chino). Yo repetía, frustrado, « 我这么那么笨 » [Soy tremendamente tonto]. Habrá sido la decimoquinta vez que lo aseguraba, casi en un berrinche, cuando el gran abuelo sonrió, me retiró el erhu y expresó en un tono apacible y musical, con una voz instruida tras años de dar vida a canciones: « 你宁可失败,也不会放弃自己的理想 » [Es preferible perder antes que ir en contra

Palitos babeados

Compartí mesas con chinos en las que había platos en el medio y comensales con palitos atacando la variedad culinaria alrededor, babeando los cubiertos e insertándolos una y otra vez en los platos comunales, chupeteando del mismo vaso de cerveza, para terminar con jueguitos parecidos al de la botellita en un KTV. Sin miedo a ningún virus conocido. Compartiendo bacterias en un gesto de confianza. Esos mismos chinos hoy tratan de no salir de sus casas. Permanecen cautelosos, resguardándose, sin tener contacto alguno con todos esos amigos con los que antes intercambiaban gérmenes y bacterias en un acto megalómano. Y me aparecen imágenes de rondas de mate, de cigarrillos de boca en boca pitada a pitada, de jarras de fernet comunitarias. De amigos charlando, armando choripanes para el prójimo con las manos desnudas y grasientas. De chuparse los dedos cuando los ñoquis de mamá están muy ricos. Y ya no sé si estoy en Argentina o en China, o estaba, porque hoy no está esa China que me hacía se

Los tigres de Sumuo

Fomentar e inducir estratégicamente la pobreza como método para alcanzar el máximo escalafón del fútbol mundial fue el plan que llevó adelante el gobierno de Freelandia tras investigar el trabajo de países europeos, asiáticos y sudamericanos a lo largo de las décadas y los siglos. En secreto, operaron sin dar a conocer el maquiavélico proyecto a su población ni al resto del mundo. Freelandia, una nación del sudeste asiático, se distinguía como una potencia económica, la número tres en cuanto a PIB per cápita. A pesar de ello, y del dinero invertido en el deporte más popular del mundo (infraestructura, mercado de pases, promoción), el país ocupaba año a año, estoicamente, los últimos puestos del ranking de la FIFA. Sus estadios, diseñados por los más excelsos arquitectos, eran de los mejores de Asia e incluso del planeta. Las condiciones salariales de los jugadores eran magníficas, y los clubes freelandeses estaban dispuestos a pagar lo que fuera por el jugador deseado; pero esto solo c

Lagarto terrible

Lo había logrado. Según sus cálculos, rompería el cascarón en apenas unos minutos. Esta vez sí. Un dinosaurio pisaría la tierra tras millones de años, y el primer ser humano en atestiguarlo sería él. Su gato Claudio, el primer felino. El mayor logro científico de la civilización que conocemos, sin dudas, pensaba. Eclipsaría a los Willmut, los Testart, a los biólogos todos, incluso a astronautas e ingenieros. Bebía agua, botella tras botella, nervioso, y fumaba cigarro tras cigarro, mientras ronroneaba el minino. Faltaban minutos, segundos quizá. Nada. Observaba el huevo, ansioso, el trabajo de una vida. La ceniza sobre el suelo. Ganas de mear. Miau . Dudó, pero no podía aguantar un segundo más. Marchó a toda velocidad al baño del laboratorio. Disparó un chorro de orina blanquecina, que salpicó al hacer impacto. Escuchó un ruido seco. Echó a correr con la bragueta abierta y se encontró con la escena más temida: Claudio sosteniendo una pequeña figura aceitunada y sin vida entre sus fauce

Tanga en Cuarentena

No estaba en su mejor momento. Quizás se trataba del peor de entre todos los malos momentos de su vida. Sujetó su mano ausente e invisible mientras redactaba un aviso clasificado. Recordaba su olor. También sus mimos. Esa alegría irrepetible de tomar el té con bizcochos de grasa. Lloró. Rogó a Dios. Siguió escribiendo. Sabía que ofrecía más de lo que podía dar, pero también sabía que estaba dispuesto a darlo todo. Vivir, debía vivir, así lo hubiera querido. A través de la ventana, el vacío de una ciudad sin gente coreando algún cántico futbolero y tomando un liso. Supo reírse de sí mismo en el más caótico de los caos. Se ofreció en cuerpo, sin alma. Lo hizo, vivió. Los clientes satisfechos. Respiró el aire que ella ya no respiraba. Daría sus años por volver a ver su rostro feliz de domingo a la tarde. Las penas escritas en una tanga negra perdida bajo la cama. Él, su ella… y Ella, impoluta. Se abría paso la vida. Un virus dando vueltas, como tantos otros, ya no tan malito. Él, más vivo

Proyecto Maradona Chino

 Li Meng es un amigo shanghainés. Me ha sido muy difícil hacer amigos chinos que me inviten a sus casas sin mayor motivo, pero este es uno de esos. El hijo de Li Meng gustaba de jugar a la pelota. Mucho, todo el tiempo. Andaba de aquí para allá pateando la bocha. Por todos lados, excepto dentro de la casa (por orden del papá). —Va a ser el Maradona chino, acordate —aseguraba Meng cada vez que tenía oportunidad. Yo lo vi jugar, y sí, era bueno el pibe. Marcaba una diferencia impresionante en la cancha frente al resto. Aparentaba ser un jugador de otra categoría, que debería jugar con nenes más grandes que sus compañeritos de siete años. A eso lo deduje por mi cuenta o me lo dijo Meng, no estoy seguro. En los últimos años, entre tantos confinamientos, el “Proyecto Maradona chino” creado —y criado— por Li Meng aparentemente se vino a pique, porque el chico perdió interés en el fútbol. No tocaba la pelota, ni practicaba jueguitos o regates o lo que sea que quisiera hacer sin otra compañía

人鱼

我忍不住想着那些被困在那个单调的小鱼缸里的鱼,这是我租来的房子里留下的遗产。在他把钥匙交给我的时候,这两个水生生物的主人只是道歉说: “你可以保留它们,也可以扔掉它们。随你便。” 我的痴迷与日俱增,每次我喂它们,侧身观看或听到它们从这里泳动那里。我开始梦见我是一条鱼(或人鱼?),当我醒来时,我很难呼吸,很难适应环境。我花了几分钟才确定自己是一个梦想成为鱼的人,还是一条被鱼缸捕获困住的鱼,在这个鱼缸里开始了他的人类生活梦想。我知道我梦见它是其中一条特别的鱼,但我不知道是哪条鱼。两只金鱼,没有什么异常。非常常见,没有象蝴蝶一样的鱼或多色鱼。 有一天,我无法继续前进,我被这种状况窒息了。鱼缸的居民影响我的生活,摧毁了我所剩无几的身份,是他们还是我。如果我不再是他们。 我决定释放它们,在一个比那个无聊的水监狱具有更好特征的环境中。我探索了这个社区,发现了一个池塘,池塘里住着相同(或非常相似)的鱼。非常可爱,显然很干净,装饰得很好,有流动充足的水域,给人一种拥有与自由非常相似的属性的感觉。 回家后,我迅速把小动物放进塑料袋里,小跑着下楼,一直走到离我公寓大约三百米的池塘。我不假思索地让他们转瞬间离开,而我无法看着他们离开。我不曾想过两次。我不敢看到他们走路。心中的某些东西正在让步,将自己淹没在那些未被发现的水域中。也有一些东西,比那个池塘更大、更深,在我体内诞生。 从那天起,我不再梦想我是鱼缸里的鱼。那种梦见自己是一条鱼的感觉消失了,梦见自己是自由行走的人。但有些时候,突然间,我在黎明时分睁开眼睛,无法分辨我是不是那个读到一个梦想成为鱼的男人的故事的人,而没有区分他是一个人还是一条鱼;或者我是那个写下那篇记述的人,讲述了他梦想成为一条鱼的经历,无法辨别它是鱼还是人,还是鱼人,还是人鱼。 

La Pecera

No podía dejar de pensar en los peces atrapados en esa minúscula y monótona pecera, parte de la no solicitada herencia que recibí al alquilar un departamento en el distrito más céntrico de la ciudad. Al momento de entregarme las llaves, el propietario de esos dos seres acuáticos (y de la vivienda) simplemente se excusó diciendo: —Podés conservarlos o tirarlos. Como quieras. Mi obsesión crecía día a día. Cada vez que los alimentaba, veía de reojo o escuchaba ir de acá para allá. Llegué a soñar que yo era un pez (¿o pescado?) y al despertar me costaba respirar, adaptarme al entorno. Tardaba varios minutos en decidir si era un hombre que había soñado ser un pez o un pez atrapado en una pecera que empezaba su sueño de vivir como humano. Sé que soñaba que era uno de esos peces en particular, pero no podría decir cuál de ellos. Se trataba de dos pececitos dorados, nada fuera de lo normal. Muy comunes, podría decirse. Ningún axolotl o pez multicolor semejante a una mariposa. Llegó el día en q

Discusiones

Discute, habla, combate con la labia, pero no llegues a las manos, los puños, las cachetadas o trompadas. El que pega primero es el homínido menos evolucionado. En la vida hay que guerrear sin poner la vida —propia y ajena— en peligro. Lucha, pero nunca para ganar una discusión. Ese esfuerzo es de necios. Una discusión ganada no significa absolutamente nada. En las discusiones acaloradas no se cimentan las leyes que rigen al cosmos. Aquel que gana las discusiones con mayor frecuencia, muy frecuentemente se equivoca. Pelea. Oh hermano. Oh hermana. Pelea. Ganará el peor. Pero pelea. Pelea.

Boliche Gay

Conviví por bastante tiempo con un compañero de departamento completamente gay. Esa aclaración es necesaria porque otro de los residentes del hogar prefería clasificarse como bisexual (aunque nunca tuvo pareja del género o sexo femenino). Y también estaba yo. Así se conformaba la lista de inquilinos. Voy a decir algunas cosas que no debería decir, para no perder la costumbre. Durante un lapso excesivamente prolongado, mis “roommates” intentaron ocultarme su elección sexual. Por las noches, se servían tequila, ponían voz gruesa y hablaban de las mujeres de su oficina en forma grotesca. También se referían a sus amigos como “ese mariquita”, “la loca”, “putito”. Yo no puedo decir que sospechaba, porque ya lo sabía, me habían contado, lo veía, ni había forma de esconderlo. Una de esas féminas que formaba parte de sus libidinosas charlas nocturnas increíblemente forzadas salió conmigo por algún tiempo y me contó en cierta ocasión que uno de esos chicos le había dado consejos para practicar

Amparo

Tengo amigos que se burlan de mis kilos de más y yo me río de los kilos de más de varios amigos. No sé si está bien o mal, pero así sucede. Creo que ofender al otro dentro del amparo de la amistad es una forma de prepararse para enfrentar el mundo exterior, no amigable, con gente que no se va a reír de tus kilos de más sino que va a usar la palabra “gordo” como un insulto. (También hay veces en que creo que si pongo mis dedos índice y anular sobre la sien y me esfuerzo, con mucho entrenamiento, algún día encontraré un ki de saiyajin y me teletransportaré para conocer a Goku). Lo que quiero decir es que utilizar la palabra “gordo” como forma de insulto, contemplando todas sus variantes; léase “gordo pedorro”, “gordo bobo”, “gordo puto”, “gordo cara de pija”, “gordo pajero”, etcétera; da cuenta de lo más básico que un ser muy básico puede llegar a ser. Es reírse de la cachetada y el pelotazo en la ingle en pleno siglo XXI. Los piropos no dicen tanto de uno como los insultos. Un ser como

Mazu

En China, Poseidón es mujer y se llama Mazu, la reina indiscutible de los mares. Se erigen en Hainan altares honrándola en cada rincón, casa y lugar. Hay más estatuas de la diosa siendo adoradas que banderas chinas flameando. Mazu era una humana, una fujianesa común y corriente —muy bonita, sí, pero del montón entre tantas chinas lindas—, que luego se convirtió en diosa. De hombre a dios, un rasgo común entre gran parte de los miembros del panteón chino. Hay versiones de su leyenda que dicen que salvó a su padre de un terrible tifón; otras, más tristes, la describen buscando a su progenitor por toda la eternidad. Los chinos del sur, taoístas y budistas, la ven como una madre protectora que vela por las embarcaciones que se aventuran mar adentro en busca del alimento de cada día. A mayor distancia de Beijing, exponencialmente hay más templos, estatuas y rituales. Digo, como si importara, que los que piensan que la gran mayoría de los chinos son ateos se equivocan feo, incluso si son com

Europa mía

No termino de entender a los africanos. Lo intento, pero siguen siendo tan misteriosos. Hablo de africanos como un todo, porque son “todos hermanos”, según decía un ex colega de Tanzania. En el mundial de Rusia, aquellos provenientes de países que fueron colonias francesas apoyaban a Francia. Tenían la camiseta puesta todo el día. Incluso esperaban que los felicite cuando Francia ganó aquel triste encuentro contra Argentina. “Ganamos, hermano”, le decía un senegalés a un francés de apellido italiano y piel blanco teta. Yo no congratulé a nadie. Apenas se pateó el último penal de la final de la copa. Los franceses no tienen nada que ver con África y a veces me irrita ver cómo una colectividad se fusiona con otra, al punto de igualarse y perder su identidad. Ojo, no lo digo desde un lugar antirracista, ni con una dosis de odio. No soy un racista de manual, ni soy un paladín del antirracismo. No tengo nada en contra de las personas que se fusionan en un todo. También pienso en los europeo

Feliz día al locutor que es como yo

Ser locutor. Ser locutor siendo yo. Casi nunca soy el que más habla en una reunión; sino que generalmente soy el forro que espera el momento menos indicado para tirar un comentario desubicado y amasado con paciencia. Me gusta. Evito pisar al otro, eso sí. Escucho. Disfruto de escuchar a la gente, la radio, un podcast, un audiolibro. A veces sí hago de conductor en las reuniones, según el día, la hora, el grupo. La paso bien casi siempre. No siempre disfruto de hablar en público. Me puede dar vergüenza, pereza, o lo que sea. A su vez, puedo hacer de voz comercial en una cena de amigos, o ser un columnista, o presentar los datos del tiempo. Me adapto. Muto. Tanto me amoldo que hablo como un catamarqueño, un ecuatoriano, un chileno o un francés según lo amerite la ocasión. No me expreso siempre igual, como alguna vez me enseñaron que había que hacer. “A ver, hablá como locutor”. Los locutores odian esa orden. ¿Pero está mal el comando? Aprendí durante la carrera que sí, que está muy mal,

La vida o el culo

“¿La vida o el culo?”, era una de las preguntas filosóficas que hacíamos en los años de pensión universitaria, compartiendo alguna birra del pico. Originaba debates que lograban extenderse por horas. Siempre prevalecía la existencia ante el orificio. Al final de cuentas, se trataba del culo, nada más; y del otro lado estaba la vida, todo lo bueno y lo malo, la cerveza que tomábamos, la amistad, la felicidad y el dolor, nuestro culo y todos los culos. Cuando hablo con personas un poco más grandes que yo, esas que vivieron en tiempos de dictadura, encuentro una singular analogía con ese divertimento de estudiantes con dos mangos en el bolsillo y mucho tiempo libre: también tuvieron que elegir. Algunos aceptaron las reglas del juego y vivieron una vida de esas en las que uno nace, se casa, forma una familia, mira la televisión pública, viaja y ríe. Otros entregaron la vida. Y hubo de esos que jugaron prácticamente el mismo juego, modificando un poquito las reglas, tirando bombas, pero exi

Rubios

Cada vez que veo más de tres rubios en una escena de cualquier película, automática e involuntariamente digo “qué racista” o “¿no podían teñirse al menos, forros?”. Como que si se juntan varios blanquitos, es porque están tramando alguna maldad, un plan para conquistar el mundo y matar a todos los negros, amarillos, azules, verdes y violetas. A los meses de encierro del año 2020 me los pasé viendo cine chino, coreano y japonés. No soy tan bueno en matemáticas, pero creo que el noventa y nueve por ciento de los actores eran asiáticos. Los pocos extranjeros tenían papeles extremadamente irrelevantes y en la mayoría de las ocasiones cumplían con los estereotipos más básicos (como un morochón africano musculoso en el rol de un semental, un gringo recomendándole a un chino ser más abierto sexualmente, o un jugador de básquet estadounidense riéndose en la cara de un par japonés). En 2018, Hollywood celebraba su “Crazy Rich Asians”, un film con casting mayoritariamente asiático. Algo parecido

Ajeno

Una de las cosas que más agradezco es haber llegado a China sin hablar una palabra en mandarín. Esos tiempos realmente resultaron una aventura; por momentos, con mis ojos verde esmeralda en días nublados y azules mar caribeño al sol del mediodía (con esas descripciones intento elevar mi deteriorada autoestima), me sentía un Odiseo camino a Ítaca; pero sin Ítaca, ni una Penélope, ni un Telémaco, ni nada. Aquellos tiempos eran divertidos. Desde la ciudad de Chengdu, una familia me llevó en auto, comiendo girasoles y escuchando música, hasta la montaña Emei; un anciano de unos 80 años me llenó la panza de platillos típicos en una aldea de Yunnan; una elegante señora me presentó a su bella hija en Nanjing. Ese fue mi primer año en China sin hablar una palabra de chino. Incluso hoy en día, cuando estoy aburrido, simulo no entender nada y vuelvo a pasarla bomba por un rato. Gustos que me doy en vida. Soy nuevamente un ser ajeno a todo, una existencia exótica en un lugar exótico, una atracció

Ella, yo, él, otra

La vi; nos vimos; me desvestí; se desvistió; su perfume impregnó mi piel; la olí; me olió; él me vio; no me olió; me pegó; nos peleamos; me pegó otra vez; ella mintió; él rió; yo no lloré; yo sabía; él rió otra vez; yo corrí; él se sentó a disfrutar su victoria; yo salí otra vez a ganar y perder en el camino del ladrón; ella no ganó nada; yo gané todo y la perdí toda; desperté con otra.

Ayuda

Habré tenido seis años. No me gustaba tomar leche. Al día de hoy sigo igual. Es algo en su sabor, no sé bien qué será, como que me cae mal, me provoca arcadas, ganas de descomer. El chocolate me encanta. Amargo, más amargo que el café, frío o caliente, en barrita o cacao en polvo. Se trataba de alguna fecha patria, y en el recreo me sirvieron una chocolatada con gusto a leche, casi blanca, un marroncito deslucido, una leche sucia. Le di dos sorbos y no daba más. Vi pasar mi vida delante de mis ojos, rápidamente —tenía poquitos años de vida después de todo—. Dejé el vaso largo ahí, abandonado, no podía más. Una maestra dijo «Tantos chicos que no tienen para comer y vos no terminás la leche». Probé con un traguito más. Horrible. Me sentí descompuesto por varios días. Lo intenté. ¿En qué ayudé a esos niños pobres? Aún no lo sé. ….. Me fui de vacaciones a una paradisiaca isla en las Filipinas, de las más chiquitas, esas que prácticamente no se promocionan. No recuerdo ni el nombre. Según l

Cantar solo

Nos citamos en un KTV (es decir, un karaoke privado, una habitación para cantar a solas y sin más público que los invitados). No era la primera vez que nos veíamos. Yo había practicado canciones, ella quizás también. Sábado a las siete, después de la cena (¡morfan tan temprano los asiáticos!). Cada vez que puedo evito pagar una comida; soy así, rata, aunque tigre en el horóscopo chino; pero esta vez fue por otra cuestión, la china tenía una cena de trabajo. Ella de Shanghai, una ciudad conocida incluso por quienes no saben dónde está China; yo de Crespo, Entre Ríos, una urbe que nadie ubica aunque me esfuerce en explicarlo. Habíamos pedido un turno de tres horas. Para cantar largo y tendido, habrá soñado ella; yo solo podía pensar en llevar la relación a otro nivel. Llegué temprano, con quince minutos de antelación. Característica impropia de los argentinos y de los chinos… ¡ni hablar! Llegan tarde, pero bien tarde, casi siempre. Se hicieron las siete. Siete y media. Las ocho. Ella no

Influencias

Mis amigos tuvieron demasiada influencia en mí desde que recuerdo. Si de más joven alguno me decía “estás re casado”, yo me deprimía durante un par de semanas y separaba mi corazón del de esa chica con mal gusto. Si de más viejo me dicen lo mismo, supongo que será igual. No moriré solo y viejo, sino con amigos tomando fernet. O solo y menos viejo, si no comparto el fernet. Al final de cuentas, el porcentaje de coca y bebida espirituosa que eliges hace la diferencia. Lo demás es cuento.

Experto en políticos

Tengo un amigo que dice saber de política. Según él, nadie sabe más que él. Para mi amigo, saber de política significa estar al tanto de quién se acostó con quién, a dónde va a comer el candidato de tal partido, de la pelea que tuvieron dos personas en un café, del esposo de la ministra que no se baña desde hace un mes, o del chofer del gobernador que se sacó la lotería. Mi amigo es real, no una figura poética, pero ese amigo también es (o podría ser, según mi experiencia) gran parte de los que dicen saber de política. Hace años renuncié a ese conocimiento, tentador, tan tentador como saber qué perfume usa la vedette del momento o qué marca de calzones usan los jugadores de Banfield.

Derecho a dar placer

Sinceramente, Amsterdam me pareció un lugar bastante insulso. Se puede ver a un obrero descansando mientras fuma un porrito tranquilo y sin esconderse, o visitar la Zona Roja y observar una exposición de compra-venta de sexo. Es todo legal. En los Países Bajos aceptan que el ser humano gusta de los placeres mundanos y sus leyes no van en contra de eso; más bien, dan contención a quienes trabajan en esos rubros tan condenados en otras latitudes. Aunque todo está permitido, la gente vive una vida común y corriente, dándose un gusto de vez en cuando. (No se trata de una orgía continua ni nada por el estilo). Las que en otros países son prostitutas marginadas, en Holanda son trabajadoras sexuales con derechos laborales y trabajo en blanco. Esta historia, tan linda y colorida, comenzó el 3 de junio de 1975, cuando más de un centenar de prostitutas francesas alzaron la voz. Fue el principio del cambio. La lucha sigue.

Pelados y peladas

Según varios expertos, habrá cada vez más mujeres con alopecia debido al estrés, la polución ambiental y otros factores como la mayor producción de testosterona. Más peladas (y que no se confunda con el significado de esa palabra en portugués), calvas o pelonas, con la frente hasta el cuello. Todas esas expresiones que los hombres soportaron sin mucho quejido durante años, pero que las mujeres enfrentan desde el primer día. Desde que las mujeres empiezan a perder el cabello, sabemos que se trata de una condición con nombre y que puede ser tratada por un dermatólogo. Cuando una mujer usa peluca, ¿también se pueden usar expresiones como “¡qué quincho!” o “¡qué nutria!”? Te propongo que la próxima vez que te rías de un pelado, lo hagas también de una pelada. Y si ves que no es adecuado, es porque has comprendido que esos chistes son de mal gusto, que eres sexista y parte del patriarcado que centra la atención en el hombre como amo y señor, con todas sus virtudes y defectos. —Ay, no, no es