Ajeno
Una de las cosas que más agradezco es haber llegado a China sin hablar una palabra en mandarín. Esos tiempos realmente resultaron una aventura; por momentos, con mis ojos verde esmeralda en días nublados y azules mar caribeño al sol del mediodía (con esas descripciones intento elevar mi deteriorada autoestima), me sentía un Odiseo camino a Ítaca; pero sin Ítaca, ni una Penélope, ni un Telémaco, ni nada. Aquellos tiempos eran divertidos. Desde la ciudad de Chengdu, una familia me llevó en auto, comiendo girasoles y escuchando música, hasta la montaña Emei; un anciano de unos 80 años me llenó la panza de platillos típicos en una aldea de Yunnan; una elegante señora me presentó a su bella hija en Nanjing. Ese fue mi primer año en China sin hablar una palabra de chino. Incluso hoy en día, cuando estoy aburrido, simulo no entender nada y vuelvo a pasarla bomba por un rato. Gustos que me doy en vida. Soy nuevamente un ser ajeno a todo, una existencia exótica en un lugar exótico, una atracción en un centro de atracciones.
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