La vida o el culo
“¿La vida o el culo?”, era una de las preguntas filosóficas que hacíamos en los años de pensión universitaria, compartiendo alguna birra del pico.
Originaba debates que lograban extenderse por horas. Siempre prevalecía la existencia ante el orificio. Al final de cuentas, se trataba del culo, nada más; y del otro lado estaba la vida, todo lo bueno y lo malo, la cerveza que tomábamos, la amistad, la felicidad y el dolor, nuestro culo y todos los culos.
Cuando hablo con personas un poco más grandes que yo, esas que vivieron en tiempos de dictadura, encuentro una singular analogía con ese divertimento de estudiantes con dos mangos en el bolsillo y mucho tiempo libre: también tuvieron que elegir.
Algunos aceptaron las reglas del juego y vivieron una vida de esas en las que uno nace, se casa, forma una familia, mira la televisión pública, viaja y ríe. Otros entregaron la vida. Y hubo de esos que jugaron prácticamente el mismo juego, modificando un poquito las reglas, tirando bombas, pero exigiendo lo mismo. Todos pedían el culo, a fin de cuentas.
Eso entiendo de lo que me cuentan, me explican, argentinos con algunas décadas más que yo y muchas barreras psicológicas que les impiden hablar de ese período histórico abiertamente; incluso ahora, en que vida y culo no están en juego.
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