Palitos babeados

Compartí mesas con chinos en las que había platos en el medio y comensales con palitos atacando la variedad culinaria alrededor, babeando los cubiertos e insertándolos una y otra vez en los platos comunales, chupeteando del mismo vaso de cerveza, para terminar con jueguitos parecidos al de la botellita en un KTV. Sin miedo a ningún virus conocido. Compartiendo bacterias en un gesto de confianza.

Esos mismos chinos hoy tratan de no salir de sus casas. Permanecen cautelosos, resguardándose, sin tener contacto alguno con todos esos amigos con los que antes intercambiaban gérmenes y bacterias en un acto megalómano. Y me aparecen imágenes de rondas de mate, de cigarrillos de boca en boca pitada a pitada, de jarras de fernet comunitarias. De amigos charlando, armando choripanes para el prójimo con las manos desnudas y grasientas. De chuparse los dedos cuando los ñoquis de mamá están muy ricos.

Y ya no sé si estoy en Argentina o en China, o estaba, porque hoy no está esa China que me hacía sentir como en casa. Apenas veo un pálido reflejo, de seres asustados, porque no es pavada. Espero que en el piso de abajo, en los reinos de la tripa gorda rellena y el té de manzanilla, también se vea un pálido reflejo de lo que recuerdo y que haya miedo.

El miedo es lo que permitía a nuestros antepasados no ser devorados por un tigre dientes de sable, eso que llevaba a los judíos a ocultarse en un gueto, lo mismo que evitó muchas guerras innecesarias, aquello que nos ha hecho llegar hasta este punto de la historia. Espero que ese miedo (y no el otro, el de los dementes) se haga presente en Argentina. Es siempre mejor tarde que nunca, aunque indiscutiblemente superior y más racional es actuar temprano.

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