Lagarto terrible

Lo había logrado. Según sus cálculos, rompería el cascarón en apenas unos minutos. Esta vez sí. Un dinosaurio pisaría la tierra tras millones de años, y el primer ser humano en atestiguarlo sería él. Su gato Claudio, el primer felino. El mayor logro científico de la civilización que conocemos, sin dudas, pensaba. Eclipsaría a los Willmut, los Testart, a los biólogos todos, incluso a astronautas e ingenieros.

Bebía agua, botella tras botella, nervioso, y fumaba cigarro tras cigarro, mientras ronroneaba el minino. Faltaban minutos, segundos quizá. Nada. Observaba el huevo, ansioso, el trabajo de una vida. La ceniza sobre el suelo. Ganas de mear. Miau. Dudó, pero no podía aguantar un segundo más. Marchó a toda velocidad al baño del laboratorio. Disparó un chorro de orina blanquecina, que salpicó al hacer impacto.

Escuchó un ruido seco. Echó a correr con la bragueta abierta y se encontró con la escena más temida: Claudio sosteniendo una pequeña figura aceitunada y sin vida entre sus fauces, la que engulló un instante después sin dejar rastro. El científico sacudió su miembro viril en medio del laboratorio, entre tubos de ensayo y químicos, se secó las manos en el blanco delantal, subió la bragueta y encendió un nuevo cigarrillo mientras acariciaba a su gato.

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