La Pecera
No podía dejar de pensar en los peces atrapados en esa minúscula y monótona pecera, parte de la no solicitada herencia que recibí al alquilar un departamento en el distrito más céntrico de la ciudad. Al momento de entregarme las llaves, el propietario de esos dos seres acuáticos (y de la vivienda) simplemente se excusó diciendo:
—Podés conservarlos o tirarlos. Como quieras.
Mi obsesión crecía día a día. Cada vez que los alimentaba, veía de reojo o escuchaba ir de acá para allá. Llegué a soñar que yo era un pez (¿o pescado?) y al despertar me costaba respirar, adaptarme al entorno. Tardaba varios minutos en decidir si era un hombre que había soñado ser un pez o un pez atrapado en una pecera que empezaba su sueño de vivir como humano. Sé que soñaba que era uno de esos peces en particular, pero no podría decir cuál de ellos. Se trataba de dos pececitos dorados, nada fuera de lo normal. Muy comunes, podría decirse. Ningún axolotl o pez multicolor semejante a una mariposa.
Llegó el día en que no pude seguir adelante. Me asfixiaba esa situación, literalmente. Los habitantes de la pecera afectaban mi personalidad, destruían lo poco que me quedaba de identidad. Eran ellos o yo, si es que yo no era ya ellos. Decidí liberarlos, en un entorno de mejores características que esa aburrida cárcel acuática. Exploré el barrio y encontré un estanque habitado por unos peces idénticos (o bastante parecidos). Muy lindo, aparentemente limpio, bien decorado, con caudales que aparentaban ser casi infinitos. Daba la sensación de poseer un atributo similar a la libertad.
De regreso a casa, a las apuradas, metí a los bichos en una bolsa plástica, bajé las escaleras al trote y así seguí hasta llegar al lugar ubicado a unos trescientos metros de mi departamento. Los dejé ir en un arrebato, sin pensarlo dos veces. Y no me animé a verlos marchar. Algo de mí se iba dando coletazos, sumergiéndose en esas aguas por descubrir. También había algo, más grande, más profundo que ese estanque, que nacía dentro de mí.
Desde ese día ya no sueño que soy un pez en una pecera. Además, desapareció esa sensación de ser un pez que sueña con ser hombre caminante. Pero hay veces en que, repentinamente, abro los ojos de madrugada, sin poder distinguir si soy el hombre que leyó el relato de un hombre que sueña con ser pez sin distinguir si es hombre o pez; o soy el hombre que escribió ese relato contando la historia de su experiencia soñando ser pez, incapaz de discernir si era un pez o un hombre, o un hombre-pez, o un pez-hombre.
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