Feliz día al locutor que es como yo
Ser locutor. Ser locutor siendo yo. Casi nunca soy el que más habla en una reunión; sino que generalmente soy el forro que espera el momento menos indicado para tirar un comentario desubicado y amasado con paciencia. Me gusta. Evito pisar al otro, eso sí. Escucho. Disfruto de escuchar a la gente, la radio, un podcast, un audiolibro. A veces sí hago de conductor en las reuniones, según el día, la hora, el grupo. La paso bien casi siempre. No siempre disfruto de hablar en público. Me puede dar vergüenza, pereza, o lo que sea. A su vez, puedo hacer de voz comercial en una cena de amigos, o ser un columnista, o presentar los datos del tiempo. Me adapto. Muto. Tanto me amoldo que hablo como un catamarqueño, un ecuatoriano, un chileno o un francés según lo amerite la ocasión. No me expreso siempre igual, como alguna vez me enseñaron que había que hacer. “A ver, hablá como locutor”. Los locutores odian esa orden. ¿Pero está mal el comando? Aprendí durante la carrera que sí, que está muy mal, porque siempre, siempre hablamos como locutores, desde el desayuno hasta el desayuno siguiente. Pero desaprendí, a tiempo: creo que nos expresamos como se nos canta. A veces hasta cantamos. Y lo que la gente “común” nos pide es que nos tiremos a los graves, que impostemos, que improvisemos un tono de comercial de película porno cada vez que dicen “hablá como locutor”. Esa gente podría ser el productor que te pagará la próxima vez, el que te va a pedir lo mismo; o la directora de cine que le pintó meter voz en su teaser de cine independiente. El yeísmo. Pronunciar “lluvia, yuyo, yerba” como lo haría un inglés llamado John. Otra cosa rara. Se acepta porque “suena bien aunque nadie habla así”. Hoy creo que un locutor debe comunicar siendo un poco más parecido al otro pero marcando la diferencia del que estudió tres años para articular y hablar en un acento neutro rioplatense. O sea, aprendimos a hablar como porteños. Santafesinos, entrerrianos, riojanos, ¡los cordobeses!, que salen todos hablando como una persona nacida en Palermo. Hay que decirlo. No tiene sentido. En fin, podría seguir. Tantas ambigüedades. Tanto por seguir desaprendiendo. Mucho por dejar de ser para volver a ser. A pesar de todas esas cosas que me hacen ruido, sigo eligiendo esta profesión por la misma razón que tuve el día que decidí ir a probar suerte al “dificilísimo” examen de ingreso: no tengo la más puta idea. Feliz día del locutor.
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