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Mostrando entradas de agosto, 2024

La Jaula

Hay un momento en que los hombres descansan, lejos, al otro lado del mundo, donde el sol se pone y las cigarras dan lugar a los grillos. Las mamás arropan a sus hijos, algún mate lavado, un café tibio y las voces incontables que retumban gritando los recuerdos del día que se fue. Justo en ese momento es que Beijing despierta. Antes de que los primeros rayos del sol más amarillo alcancen las calles que aún bostezan, un hombre pasea a su pájaro por el parque. El ave no canta ni vuela, no sabe qué sabe, ni vive lo que vive sin querer vivirlo. Pero el señor, con sus 76 años, silba y se mueve adiestrando su cuerpo siempre joven en las artes del Tai chi chuan. El pájaro quisiera volar, como todos, como los hombres. El pájaro desea ser libre, como su dueño. El hombre salta, hace ejercicio. El ave, en un ataque frenético, aletea rápidamente y aún más aceleradamente se arrepiente de su arrebato de esperanza al chocar su cuerpo debilitado por el cautiverio contra el muro de alambre. El pájaro se

Hong Kong

  En compañía de calor y humedad, un turista en Hong Kong se puede sentir acosado ante la venta de copias de relojes. Pero la vida va más allá de eso en la isla. Apreciar su Buda Gigante es una opción más amena, ver esa magnánima construcción que parece tan antigua pero que no se acerca siquiera al siglo de existencia. Pero si algo verdaderamente golpeó a las puertas de mi atención, fue lo menos esperado. A escasos metros de mi hospedaje se emplaza la Avenida de las Estrellas. Y ahí estuve, por un rato. Jet Li, Bruce Lee, caras conocidas con forma de estrella. Y la sorpresa. Y el recuerdo. Y la película de mi vida dirigida por Wong Kar-wai. Aparece ante mi mirada perdida una pareja, de esas que no se miran ni se tocan, de las que se hablan con cierta distancia. Dos personas que se unen ante la necesidad de unirse para no estar solos en una vida de caminos que siempre se pierden en la noche o en los días salvajes. Dos humanos que se reconocen crédulos ante el amor, pero que jamás se ani

Liangshan

Un paisaje imponente, hermosamente magnificente en la tranquilidad que una montaña siempre intenta otorgar. Pero no hay opción para la paz en Liangshan. No hay descanso, no se respira más que tras la muerte. Los niños escriben versos de padres que dejan este mundo y los muertos quizás conozcan el alivio. En la provincia de Sichuan, ahí donde todos viajan en manada para acercarse a un oso panda, también hay heroína y SIDA. En otros tiempos pocos osaban acercarse por temor a los saqueos, hoy el miedo es a la perdición del alma. Aquel que deja su sitio en busca de iluminación para convertirse en profeta, ese que finalmente vuelve siendo un antagonista en lugar de un héroe ¿cómo se le dice a ese hombre que toca con la guitarra la canción que aprendió en la cárcel? El lago Lugu se sabe todas las letras, las repite en cada pequeño movimiento de sus aguas y respira dificultosamente. —La etnia Yi merece redención— repite el agua todas las noches a eso de las once y media.

Condena

Descendían a las tierras como aves de rapiña, se lanzaban como caranchos sobre los restos de una oveja campera. Solo podían observar con hambre al resto de los otros, los no suyos, los vivos. Se abalanzaban y sonreían de puro gusto, creyéndose dignos de ser nombrados cazadores. Pero lo que no sabían era que estaban destruyéndose a sí mismos. Ni su vida, ni su alma, ni su conciencia, ni su cuerpo despreciable. Ellos estaban acabando con su legado. Nadie los volvió a nombrar jamás en la historia y serán apenas referenciados por error alguna vez. Pero ahí estuvieron, siempre. Ahí está su vida, su alma, su conciencia y hasta su cuerpo, vagando penosamente sin poder trascender jamás.

Descartable

Cayó sobre mí como mil toneladas de botellas descartables. Impidiéndome todo contacto con la realidad, el olor de esa mujer angelical se posesionaba de mi piel, desgarraba mis músculos sin remordimiento alguno, saciaba su sed de amor con mis lágrimas desperdiciadas. Y de repente estaba yo, en medio de la nada, luciendo la ropa que vestí por primera vez. Un bebé pidiendo la teta, aguardando la caricia suave de un desconocido y escupiendo la comida entre berrinches. Lloraba, sufría, lamentaba la existencia de los otros y, un poco, la mía. Me percibía como un tren sobre rieles en desuso, con pasajeros de cartón que no pagaron boleto y que no cesan de quejarse del mal estado del sanitario. Sigo en el viaje de los vivos porque no soy tan valiente como para tajarme las muñecas y, mucho menos, la garganta. Estoy tan quejoso de la existencia que ninguna mujer podría salvarme, pero esta dama es la menos indicada. Ataca con palabras dulces que siempre mienten, con falacias espolvoreadas como azú

El sentido de New York

  No soy uno de los más adeptos al turismo sin sentido, me considero parte de los que no son parte de ese grupo de inconscientes que se mueven a través del globo sin más motivación que descubrir lo que otros ya han descubierto, documentado, plasmado en libros, en mapas y en documentales desde hace años y en la mayor cantidad posible de miradas. Pero un día pasé por Nueva York, sin sentido alguno, como una escala planificada en un viaje a China. Un moreno tarareando sin sentido mientras agregaba amistosamente “Marihuana, cocaine…” resultó un punto de diversión propio de series como Seinfeld. También ver los edificios gigantes expuestos como carne asada en góndolas o las ardillas que aún sobreviven a las ratas gigantes del Central Park. Un taxista me hablaba en un acento algo extraño, uno que adiviné sin darme cuenta. Me contó que era colombiano, que vivía en la Gran Manzana desde hacía veinte años y me aconsejó no fiarme de la “gente negra”. La advertencia no me sirvió, porque esos “neg