Hong Kong
En compañía de calor y humedad, un turista en Hong Kong se puede sentir acosado ante la venta de copias de relojes. Pero la vida va más allá de eso en la isla. Apreciar su Buda Gigante es una opción más amena, ver esa magnánima construcción que parece tan antigua pero que no se acerca siquiera al siglo de existencia. Pero si algo verdaderamente golpeó a las puertas de mi atención, fue lo menos esperado.
A escasos metros de mi hospedaje se emplaza la Avenida de las Estrellas. Y ahí estuve, por un rato. Jet Li, Bruce Lee, caras conocidas con forma de estrella. Y la sorpresa. Y el recuerdo. Y la película de mi vida dirigida por Wong Kar-wai.
Aparece ante mi mirada perdida una pareja, de esas que no se miran ni se tocan, de las que se hablan con cierta distancia. Dos personas que se unen ante la necesidad de unirse para no estar solos en una vida de caminos que siempre se pierden en la noche o en los días salvajes. Dos humanos que se reconocen crédulos ante el amor, pero que jamás se animarán a practicarlo como las bestias que caminan por su espalda.
Y recordé una noche de gloria. Esa velada en que me acerqué a este director, que se presenta ante mí en este suelo isleño como la simplificación de un cuerpo celeste. Oscar Cuervo habla acerca de un director de cine de Hong Kong y la ciudad de Crespo lo observa, como a un extraño que se pierde ante la vastedad de lo invisible en una ciudad gigante de unos veinte mil habitantes. Oscar trajo una película para compartir con el pueblo y él mismo ve con curiosidad la pantalla que le presenta, quizás por centésima vez, Con ánimo de amar.
La pareja no se besa y tampoco se ama, pero la mujer me sonríe con sus ojos de sufrimiento, ese que está siempre guardado en un rincón del armario más viejo.
Comentarios
Publicar un comentario