El sentido de New York
No soy uno de los más adeptos al turismo sin sentido, me considero parte de los que no son parte de ese grupo de inconscientes que se mueven a través del globo sin más motivación que descubrir lo que otros ya han descubierto, documentado, plasmado en libros, en mapas y en documentales desde hace años y en la mayor cantidad posible de miradas. Pero un día pasé por Nueva York, sin sentido alguno, como una escala planificada en un viaje a China.
Un moreno tarareando sin sentido mientras agregaba amistosamente “Marihuana, cocaine…” resultó un punto de diversión propio de series como Seinfeld. También ver los edificios gigantes expuestos como carne asada en góndolas o las ardillas que aún sobreviven a las ratas gigantes del Central Park.
Un taxista me hablaba en un acento algo extraño, uno que adiviné sin darme cuenta. Me contó que era colombiano, que vivía en la Gran Manzana desde hacía veinte años y me aconsejó no fiarme de la “gente negra”. La advertencia no me sirvió, porque esos “negros” siempre resultaron los más atentos, honestos y dispuestos a colaborar conmigo cada vez que me perdí en mi búsqueda de nada. En fin, prejuicios.
El colombiano levantó el teléfono y comenzó a hablar con su esposa. Mientras él platicaba con su español de acento bogotano, ella respondía en un inglés neoyorquino. He aquí el despertar del sentido de mi viaje sin sentido.
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