El doctor Ruiz

Por Mauricio Percara


—¿Qué es ese olor? —le pregunta su esposa apenas llega a casa.

—No sé —dice el doctor Ruiz, aunque sabe bien que es olor a culo, a úlcera abierta, a pañal vencido, a secreciones diversas. Olor a hospital, aroma a enfermo y virulencias. 


Esa misma peste que lo persiguió más temprano, cuando fue al supermercado con la bata puesta. Una señora en la fila lo miró fijo y vociferó: “Disculpe, doctor, pero esa bata está cagada o muerta”. Él solo suspiró. No había tiempo para explicaciones. Trabaja 20 horas por día, a veces más. Otras veces, simplemente, parecen más.


Atiende cuerpos rotos, almas cansadas. Cuando no está auscultando, está firmando recetas. Cuando no escucha toses, huele heridas y caca fresca. Absorbe todos esos dolores y olores. Se los fuma en pipa. 


Imagina, sueña... Por fin, se sube a su auto último modelo —ese que aún paga en cuotas— y escapa. Se va a una isla del Caribe. Necesita olvidar el agrio aroma de los pedos anestesiados, los turnos, esos cuerpos que supuran. Quiere sol, un mojito y silencio. Y también un lobby de hotel perfumado con lavanda.


Aún es consciente. Sabe que el lunes volverá. Lo espera la rutina, el desgaste, y también, a veces, una sonrisa que lo justifica. 


Su esposa lo interrumpe:

—Amor… otra vez siento dolor estomacal. Creo que volvió la diarrea.

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