Suspiro del Volga
Quiero levantarme tarde, al mediodía, y comer pirok frito hasta el hartazgo sin preocuparme por una patada al hígado, lo que nunca es un problema si tu abuela sabe tirar el cuerito. Echarme una siesta, conciliando el sueño al sonido melodioso del ventilador de techo, y no poner alarma; sí poner la pava al fuego, dar mecha con el eterno Magiclick que descansa apoyado sobre el extractor, esperar mirando las llamas sin apuro, meditando sobre la merienda ya servida sobre la mesa. Y basta de pensar por hoy. Hago el mate, amargo. (El vecino escucha una polka a todo lo que da). A enchastrarme la cara con unos kreples con crema o media docena de tortas fritas con miel, o unas buenas bolas de fraile de dulce de batata. Y cortar tanto dulce con un cacho de pan de chicharrón o un chorizo colorado con galleta y queso sardo. Eso es vida. Y preparar otros mates, de limón. A chupar rápido para que no se tape la bombilla. A poner la bombilla en diferentes ángulos. A dejar el mate hecho un lío. Se tapa igual. Sí, no me importa; porque siempre hay yerba y el vecino tiene un limonero. En Entre Ríos se dice que Eva y Adán eran alemanes del Volga —la Eva y el Ádan—, el fruto prohibido fue un limón de cáscara amarilla y el diablo —la serpiente— una bombilla que no se tapa. ¿Será el Infierno un mate de limón que no se lava? ¿O es más cosa del Paraíso? Debate para el Vaticano.
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