Shanghai

Me enamoré de una China. Cada esquina de su arquitectura perfectamente diseñada es atractiva. Moldeada por las manos de todos los hombres que pasaron por ella. De a ratos colonial, o bien moderna, oriental, limpia y ordenada, salvaje, descontrolada y honesta. En sus rincones se mimetizan perfume y café, té con leche y cangrejo al vapor. La amo con su toque afrancesado, sus curvas y divisiones, los zapatos mojados. Cuando le hablo en mandarín, me responde en el mismo idioma (y no me insulta balbuceando inglés, que ni siquiera es mi lengua materna). Estoy enamorado de esta China llamada Shanghai.

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