Sangre fría

Hubo un tiempo en que el río Han Jiang, ubicado en la provincia de Guangdong, estuvo plagado de cocodrilos. Cocodrilos tomando sol, cocodrilos alimentándose y cocodrilos alimentándose con carne humana. La carne de los trágicamente valientes que se animaban a atravesar sus aguas o, apenas, a acercarse demasiado a estas. Los reptiles devoraban con gracia sanguinolenta, la sangre pedía más sangre y el agua limpiaba las manchas que quedaban en el vestuario de cuero vivo.

Han Yu llegaba para gobernar esas tierras y lo pusieron al tanto de esta situación. Los mismos animales se encargaron de avisarle mientras cenaban a los protegidos por el flamante funcionario. Ese día, que lo encontró con ánimos de defender a su especie y al enterarse de que uno de sus ciudadanos había sido horrorosamente engullido por uno de los monstruos acuáticos, se acercó a las aguas maliciosas y pronunció a viva voz:

—Cocodrilos, vengo aquí para proteger a mi gente, y están aquí dañando a la gente. No los castigaré si salen de aquí dentro de tres días.

Los reptiles se fueron. Quizás por casualidad o tal vez por temor, pero más probablemente por respeto. Como expertos en el arte de matar, hasta con su sangre fría, lograron percibir el talento y sensibilidad de su mandamás, el artista de las palabras.

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