Rosas de papel
En una mesa de adolescentes soñadores, mi amigo Juan me enseñó, hace muchos años, a elaborar rosas con papel de servilleta. Las flores de papel logran ser eternas y jamás pierden el toque del artesano, la mano que con esmero o desgano crea pétalos a partir de la materia prima más efímera de todas. Es por eso que las flores de papel son el mejor obsequio; o, al menos, uno muy superior a las flores que se marchitan con el paso de escasos días.
A la flor de papel se la puede almacenar junto con las otras flores. Quiero decir, dejarla en compañía de sus pares auténticas por naturaleza (o por ser parte de), las que están destinadas a morir y desaparecer fugazmente. Si se realiza esta acción, el papel absorberá los aromas y los resguardará por largo tiempo o por siempre. Aquel que conoce la verdadera esencia de las rosas de papel jamás obsequiará galanterías que se pierden súbitamente y fragancias que perduran un periodo ridículo del tiempo de nosotros.
La flor es el sexo de la planta, es por esa razón que como ofrenda puede ser una muestra de afecto demasiado reveladora y directa en una relación que está apenas germinando. Obsequiar una flor significa obsequiar sexo, el sexo extirpado de una planta y servido en ramo. Las flores de papel son por sí mismas y no cumplen función reproductiva alguna, simplemente se componen del papel blanco que expresa paz y pulcritud, pureza y cariño sincero… y blanco. Las flores de papel pueden ser entregadas con amor a una esposa en las bodas de plata, a un anciano solitario en su primera navidad de la era Alzheimer o a una niña que intenta aprender un versito escolar.
Una flor de papel no distingue entre sectores sociales: tanto el vagabundo menos afortunado como el empresario más exitoso son capaces de confeccionarla con mismo sentido e igual dosis de amor.
Las flores blancas, dicen, representan la muerte en China. También se comenta que los eunucos de antaño se esforzaban en las artesanías de papel.
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