Pretextos
Varios insultos que nadie oirá jamás aprendí en aquella pensión santafesina para afiliados a una obra social, cuando compartía cuarto con Marcos y Homero. Ellos estudiaban lenguaje de señas, para entenderse con más gente; especialmente, con otros sordomudos. También tenían formas de hacer sentir enojo, odio, dolor que no son consideradas universales, pero que para nosotros cumplían su cometido. Seguramente son intraducibles al español, o eso espero. Me acuerdo de las descripciones de novias, los partidos de truco por paquetes de yerba (que al final compartíamos), cómo decir presidente (para putearlo también) y nuestra atenta mirada ante los primeros goles de Messi con la celeste y blanca que nos dejaban mudos —a ellos sobre todo—. Homero era el único que escuchaba el timbre en ese albergue: «Vos te hacés el boludo para enterarte de los chusmeríos», escupí en un remolino de manotazos en cierta oportunidad. Marcos una vez me contó que podía romper tablas de madera al estilo karateka, le hice saber con burlas que no le creía: se hizo mierda la mano intentando convencerme, un médico de la casa le hizo un vendaje y le dio unos analgésicos (la madera quedó intacta). Un día de calor, culminaba el año, poniendo en marcha un plan maquiavélico fraguado entre los dos, Homero y Marcos me escondieron billetera y documento por un día entero: al enterarme, di rienda suelta a todo el vocabulario que antes ellos, tan diligentemente, me habían enseñado. Eran buenos tiempos, fuimos los mejores amigos.
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