Los esclavos blancos
Las mujeres jóvenes eran forzadas a engrosar los harenes, y algunos varones también compartían este destino. La mayoría de los hombres experimentaban un destino cruel, siendo sometidos a trabajos agotadores y maltratados hasta quedar en condiciones deplorables o morir. Los más afortunados lograban convertirse en servidores domésticos.
Nicholas Gage, en su autobiografía Eleni, proporciona una desgarradora descripción del castigo infligido a los rebeldes:
«Cada golpe de la vara no sólo se siente en la planta de los pies, dolorosamente doblados hacia arriba cuando el palo aplasta los delicados nervios situados entre el talón y las eminencias metatarsianas de los pies; el dolor sube vertiginosamente por los músculos extendidos de la pierna y estalla en la parte de atrás del cráneo. Todo el cuerpo sufre atrozmente y la víctima se retuerce como un gusano».
Este sufrimiento no debe confundirse con el comercio transatlántico de esclavos, en el que millones de africanos fueron vendidos a europeos. En contraste, los europeos (principalmente blancos) eran capturados por corsarios otomanos y vendidos en el norte de África. Entre ellos, se encontraban italianos, españoles, portugueses, británicos, franceses, holandeses, e islandeses, entre otros.
En el pasado, nuestra crueldad era aún mayor. Los poderosos solían comportarse de manera monstruosa, asustando incluso a los demonios más temibles. Hoy en día, aunque aún existen personas despreciables, la barbarie ha disminuido.
El color de la piel, ya sea más claro u oscuro, no define la moralidad. La verdadera cuestión es la maldad inherente. La maldad puede manifestarse en cualquier persona, independientemente de su etnicidad.
Debemos reconocer que todos los casos de esclavitud y opresión han sido atroces e imperdonables. No es cuestión de comparar sufrimientos, sino de entender que el mal puede surgir de cualquier lugar y en cualquier forma. El día que reconozcamos esta verdad universal, podríamos finalmente crecer y comportarnos con la dignidad y el respeto que merecemos.
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