Felicidad

Hay gente que disfruta de esas películas que muestran gente asesinada en detalle, con exposiciones de esmero y dedicación en el arte de matar; son esos que gustan del terror de valor pornográfico, con lujos inesperados; los que van al cine a comer pochoclos mientras aprecian metodologías estilísticas de cercenado de cabezas, perforación de ojos o arrancadura de pieles. Esa misma gente es la que, seguramente, goza de la jineteada que desnuca a los salvajes y hermosos potros de La Pampa, de las corridas de toros, de los ataques terroristas, de los asesinatos transmitidos en vivo y en directo. Posiblemente, hayan sido los que antaño se formaban en primera fila para ser salpicados por la sangre de los decapitados o crucificados, los que se calentaban las manos con las mujeres que ardían por no ser brujas.

También hay otro sector entre los miembros pertenecientes a la raza humana, el más pequeño quizás, que considera a ese tipo de actividades como barbáricas.

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