Box
Desde hace un par de semanas estoy yendo a un gimnasio. Eso es mucho decir para mí. Pero, además, por primera vez le estoy pegando a algo, en este caso una bolsa de boxeo. Me parece que es bastante terapéutico, porque más allá de ese momento de desahogo de testosterona en que soy lo más bestial que las bestias puedan ser, me siento más en estado Zen que nunca fuera del recinto. Veo un pajarito, vuela, canta, pía, lo quiero, pajarito, pajarito. Armonía. Veo una plantita, verde, crece, darle agua. Paz.
Mientras le doy masa a la bolsa, mi cabeza no deja de trabajar (generalmente pongo música tipo AC/DC o Pantera, para escapar salvajemente de todo, pero no ayuda mucho), pienso, recuerdo y doy piñas.
Según leí por ahí sobre la historia del saco de boxeo, antes no eran tan blanditos y agradables al contacto de los puños, sino que eran de arcilla, barro o de materiales así, más duros, supongo. También creo que los guantes no habrán sido tan mullidos o directamente no se usaban. Hoy, con el avance de la civilización, se me permite darle y pegarle a una cosa muy confortable.
A veces me dan ganas de descolgarla y usarla de almohada, de puf, mirar una serie tirado sobre ella para darle un descanso. Después se me pasa, cuando recupero el aliento.
Al saco le ponía caras, lo confieso. En un principio, las caras eran imaginarias, de un personaje de un cuento pedorro de esos que escribo y no publico, o de la imaginación de otros (tuve peleas con el Joker, Majin Boo y Wolverine); después empecé a ponerle rostros reales y el asunto tomó dimensiones extrañas. Pasaron las caras de compañeros de escuela, amigos de la vida, los que hacen las actualizaciones de software de mi computadora o celular para complicarme la existencia, algún profesor, yo, el otro yo, El Otro Yo y su cantante, el súper yo. Me vi pegándole a sueños, fantasías, a todo lo que estaba bien y a todo lo que estaba mal, seguí golpeando y golpeando. Pido el perdón de todos nosotros. Así también le pegué a todos los violadores de las últimas noticias leídas, que los perdone Dios.
Hoy encontré un equilibrio y simplemente golpeo la bolsa cuando lanzo trompadas a la bolsa. Vivo en el presente, digamos. Ella, la bolsa, no responde; él, el saco, no se queja; solo reciben mi estrés, sin hacer análisis biomecánico alguno, sin criticar mi técnica absurda. A veces me devuelve alguna piña, ¿o será alguna de esas miles de visiones de caras que pasaron entre nosotros?
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